"Es mejor escribir para uno mismo y no encontrar público que escribir para el público y no encontrarse a uno mismo". Cyril Connolly.

lunes, 1 de marzo de 2010

El Noche sin Luna en la Lágrima Negra

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Estracto de "El Noche sin Luna en la Lágrima negra"
Todos los derechos reservados
Javier Martínez Simón
Disponible en http://www.lulu.com/
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la Leyenda de la Lágrima negra:
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Cuenta la tradición que allá por el 1509, tiempo de honor, convulsión y esperanza, en la tierra de Quinqueya, emplazada en las entrañas de las Antillas, llamada por don Cristóbal Colón “La Española”, cerca de la escarpada Cordillera del Norte, a varios días del fuerte de La Navidad, construido con la madera del Galeón de Santa María, un pacífico pueblo resistía a las inclemencias de la montaña; más bien convivía con ellas.
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Allá donde la verde pastura se perdía más lejos del horizonte en toda la rosa de los vientos y donde reinaba la hierba viciosa y su espléndida esmeralda, en un humilde pueblo de casas bajas y nobles vecinos se elevaba enhiesto un templo que en sus tallados muros, apuntados techos, retorcidas torres y coloridas vidrieras simbolizaba la unión fuerte y rocosa entre los oriundos indios, los taínos, llamados así por ser “los buenos”, y los ya asentados castellanos. Y por la paz que recorría aquella atmósfera y la belleza que cautivaba los sentidos dieron por nombre a la villa: La Felicidad.
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Centrémonos en aquél sencillo poblado, pues en sus proximidades, se encontraba el hogar de una quebrantada familia. Habiendo muerto el padre a manos de unos indios de la tribu arawaks, una tribu distinta que no enemiga -pues se puede ser distinto y no enfrentarse-, sobrevivían con ingenio y más de un sufrimiento una madre y sus tres preciosas hijas.
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Era sabedora la señora de que aquellos ponzoñosos y protervos malhechores volverían para culminar su ofensa y despreciable propósito: desposar a las tres bellas y a su ya afrentada y desgarradamente poseída madre. Por esa razón, acudió ésta al templo sagrado aunque inconcluso para rogar amparo a la Santísima Señora María, pues, temerosos, nadie del pueblo quería ofrecerles amparo ni auspicio.
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Oró con punzante fervor ante la esplendorosa estatua hecha de madera muy bien tallada, de preciosas piedras engarzadas, de largo manto tejido de hilo de oro de quilates, de expresión amable. Lloró y lloró la afligida madre, hasta que compadecida brotaron humedades bajo los enormes y brillantes ojos de la estatua, lloviendo de la misma, dulce y casta, Lágrimas de Virgen contra el suelo. Tal milagro se antojaba un sueño a la mirada de la mujer, que no verificó su certeza sino cuando tuvo en sus curtidas manos la Lágrima solidificada, la Lágrima hecha perla. Perla perfecta y esférica, de obsidiano brillo; perla que arropada entre humildes manos destellaba añiles a los ojos.
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Tomó el regalo de la Virgen, de la altísima y siempre auxiliadora Madre, y agradecida marchó a su hogar con renovada esperanza, sin hacerse preguntas, sin necesitar respuestas…
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Y aquella noche ahogada, sin Luna ni celestes luceros, irrumpieron trágicos los infames en el hogar de la paz. Las muchachas asustadas quedaron tras la madre que rogó desconsolada: -me entregaré en sacrificio por mis hijas amadas-. Mas las bestias se negaron tercas.
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Fue entonces, perdida toda esperanza, cuando una piedra envuelta destelló poderosos añiles a la noche oscura. La tomó, pues colgada en su cintura; la desnudó alzándola la madre y escupió la Lágrima negra un intenso y azulado haz de fuego que cegó a los agresores por el resto de sus vidas. En sus mentes revivieron todo el mal que habían causado, sus corazones se afligieron y lloraron desconsolados, presas de un inclemente incendio interior. No tardaron en huir despavoridos del poder de aquella Perla.
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Pasó el tiempo. Se unieron las hijas con mestizos y honrados maridos y se entregó la madre agradecida a la feliz vida religiosa. El pueblo acabó después de algunos años enterrado bajo sus ruinas, tal vez como castigo, tal vez como ineludible destino. La perla pasó de mano en mano, tal vez generaciones, tal vez a extraños, nadie sabe si salió, o si volvió tras unos años…, nadie sabe si existió... Y aquella mística historia, aunque sepultada con la villa, se mantuvo viva en la conciencia y en los labios de quienes una vez fueron testigos privilegiados del poder de una humilde Lágrima, de una santa perla.
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